TEXTO No. 1.
En una vereda del municipio de Pasto, vivia una familia
campesina conformada por don Pedro Rosero, doña
Idalia Jacanamejoy, su hijo Marino, su hija Ermelinda,
Victor, Edgar y el guagüita Eugenio. Ermelinda era la
encargada de cuidar los cuyes. Todas las tardes se
dirigía a la chagra, y junto al rio cortaba la yerba para
alimentar a sus cuicitos. Una tarde miró con asombro
que el guango estaba listico; - ¡qué bueno!, Pensó, - mi
papito me ha dejado la yerba listica, se echó su guango
al hombro y lo llevó a casa. Cuando tiró la yerba al
cuyero, los animalitos chillaron como locos y asustados,
se acucharon en la oscuridad. Por algo se dice que los
animales tienen la capacidad de ver espíritus...
Aquella noche, la chiquilla, no podía dormir, apenas
cerraba los ojitos, un niño con cara de anciano, catiro,
con un Sombrerón de paja, vestido todo de verde, con
los zapatos al revés bailaba a su alrededor tocando un
tambor, la música mágica la hipnotizaba y le hacía
sentir que volaba por encima de su casa y entonces se
despertaba sudorosa. Así pasaron varios dias y ni los
cuyes ni la chiquilla probaban bocado. Los carilargos se
morian uno a uno y a Ermelinda parecía esperarle el
mismo destino; si no es por Doña Pastora, una anciana
de la vereda que, por casualidad, visitó a la familia de
don Pedro y al ver a la chiquilla toda entelerida y
flacuchenta, exclamó:
- Pero hijitos ¡caracho!, la pobre está enduendada, hay
que hacerle una cura y espantar a ese espiritu burlón y
enamorado que la persigue-. Ahí mismito, mandó a
traer aguardiente, altamisa, romero y tabaco, se
encerró con la chiquilla en la cocina, prendió el tabaco,
hizo unos rezos raros, mientras le echaba bocaradas de
humo de tabaco por todo lado y le rociaba aguardiente,
después cogió un manojo de altamisa y romero; lo
chamuscó un poco en las llamaradas de la tulpa y agarró
volvió a la normalidad, pero Ermeli
traer yerba
TEXTO No. 2.
"Una visita a la ciudad de Cortázar" por Miguel
Angel Perrura
Después de leer tanto a Cortázar, Buenos Aires se hace
conocida. O al menos una especie de Buenos Aires
afrancesada, de cafés, de librerias y pasajes, con
toda
la
magia que este autor argentino le imprimió desde el
exilio.
Y es que Cortázar optó por la nacionalidad francesa en
1981, como una protesta por la dictadura
militar que
asolaba a su país, del que habia partido, enemistado
con el peronismo, décadas antes. Podría decirse que,
despojado de la presencia real de su ciudad, el autor de
Rayuela procedió justamente a crearse su propia
ciudad, a partir del recuerdo, la añoranza y las lecturas.
A ello se debe que sus personajes nunca hablaran como
la Buenos Aires contemporánea, a la que volvió en 1983
cuando volvió la democracia, sino como aquella remota
Buenos Aires que había dejado atrás cuando joven.
Para un lector de Cortázar como yo, español de
nacimiento, Buenos Aires tenía esa aura mágica y
paradójica de la vida real. No es así, desde luego, o no
exactamente asi. La capital argentina es, ciertamente,
una ciudad encantadora, de cafés y pasajes, de librerias
y marquesinas.
Lo comprobé cuando la pisé por primera vez en 2016.
Iba en unas brevisimas vacaciones, por apenas tres dias,
pero tenia una misión secreta en mi interior: reconstruir
la ciudad de Cortázar a medida que la caminara. Quise
pisar los mismos lugares que el cronopio, quise tomar
los mismos cafés que él tomara y mirar con sus ojos la
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