(...) No necesita asomarse a la ventana para recordar
que allá afuera, en el centro mismo del real, oscilan
los cadáveres de los tres españoles que mandó a la
horca por haber hurtado un caballo y habérselo comi-
do. Les imagina despedazados, pues sabe que otros
compañeros les devoraron los muslos.
(...) Baitos, el ballestero, también imagina. Acurru-
cado en un rincón de su tienda, sobre el suelo duro,
piensa que el Adelantado y sus capitanes se regalan
con maravillosos festines, mientras él perece con las
entrañas arañadas por el hambre. Su odio contra los
jefes se torna entonces más frenético. (...) Si vino a
América fue porque creyó que aquí se harían ricos los
caballeros y los villanos, y no existirían diferencias.
¡Cómo se equivocó! (...) Todos se las daban de duques
(...
) El
hambre le nubla el cerebro y le hace desvariar
Ahora
culpa a los jefes de la situación. ¡El hambre, jel
hambre!, jay!;
¡clavar los dientes en un trozo de carne!
Pero no lo hay... no
lo hay.... Hoy mismo, con su herma
no Francisco, sosteniéndose
el uno al otro, registraron
el campamento.
No queda nada que robar. Su hermano
ha ofrecido vanamente, a
cambio de un armadillo, de
una culebra, de un cuero, de
un bocado, la única alha
ja que posee: ese
anillo de plata que le entregó su ma-
dre al zarpar de San Lúcar
y en el que hay labrada una
cruz.
(...) El viento esparce el hedor de los ahorcados. Baitos
abre
los ojos y se pasa la lengua
sobre los labios defor
mes. ¡Los ahorcados! Esta noche le
toca a su hermano
montar guardia junto al patibulo
. Allí estará ahora, con
la ballesta
. ¿Por qué no arrastrarse hasta
él? Entre los


¿por qué los jefes mantenían la compostura a pesar del hambre ?​